La creatividad musical se abre paso entre las restricciones impuestas por la COVID-19
La pandemia ha abierto nuevas perspectivas a la creatividad musical: desde componer pensando en las peculiaridades de las redes sociales y los dispositivos móviles hasta la multiplicación de audiencias gracias a los canales digitales, pasando por el realce del poder terapéutico de la música. Así lo afirman los compositores que han participado en un seminario virtual de la serie ‘(Re)Establecer los Escenarios’, en el que La Asociación Española de Orquestas Sinfónicas AEOS y la Fundación BBVA, se unen a The Global Leaders Program, Classical NEXT y al Banco de la República de Colombia para analizar examinar el panorama cambiante de la música en concierto.
10 noviembre, 2020
“En esta crisis global nos hemos dado cuenta de que la música es algo que habitualmente dábamos por supuesto”, ha afirmado Enrique Márquez, de la Universidad de Harvard y moderador del seminario celebrado ayer bajo el título “(Re)invención en dos partes: los compositores y la creatividad en el mundo virtual”. Y es que una de las víctimas de la pandemia ha sido el canal básico de encuentro con el público: el concierto. Por eso Márquez ha abierto el debate preguntando a los creadores cómo han afrontado esta crisis y la cancelación de eventos programados.
Frente a lo que cabría pensar, no todo han sido aspectos negativos. En palabras de Frank J. Oteri, que vive y trabaja en Nueva York, “el aislamiento es el estado natural de un compositor: yo he aprovechado para completar una obra para orquesta”. La paralización de la actividad que Gabriel Prokofiev -compositor, productor, DJ y director artístico del sello Nonclassical- esperaba no fue tal: “La pandemia afecta sin duda a la inspiración, pero justo en ese periodo me encargaron la banda sonora de una serie india de ciencia ficción”, relata. Y destaca otro aspecto de esta situación extraordinaria: “La cancelación de conciertos es frustrante, pero componer es terapéutico: he empezado a utilizar instrumentos nuevos para mí, como la marimba”. Para Gabriela Ortiz, compositora afincada en Ciudad de México y profesora de la Universidad de Indiana en Bloomington, “para un compositor el espacio interior es fundamental y en este periodo he hecho las paces con la realidad de que el silencio va a estar presente. La nueva normalidad te vuelve más consciente del espacio de reflexión en el que se desarrolla la creatividad”.
Abriendo nuevos canales
Para Michael Gordon, cofundador de Bang on a Can, la crisis ha sido también ocasión de “escribir una obra que se estrenará en 2022 y de empezar a componer para piano, un instrumento que he incorporado a mi práctica gracias a este periodo. Uno de los retos del confinamiento era controlar el tiempo: escribir una pieza al día, aunque sea de un minuto, es una manera de registrar el tiempo. Empecé a hacer piezas breves conjuntamente con el coreógrafo Brian Brooks, que este subía a Instagram. En Facebook e Instagram he encontrado mi sala de conciertos, la alternativa a las cancelaciones de los eventos que Bang on a Can tenía programados. Y así fue como empezamos a presentar maratones musicales de hasta seis horas en ‘streaming’, encargando piezas a músicos que nos daban las gracias porque se habían pasado dos meses en la cama, abrumados por el parón. Los conciertos gratuitos eran seguidos por entre cinco mil y diez mil personas; los de pago, por entre 300 y 500 personas”.
El canal digital ha llegado para quedarse, resume Gabriel Prokofiev. “Quiero volver a los conciertos en vivo cuanto antes porque ese tipo de encuentro es lo peculiar de la música, pero lo que estamos experimentando es una llamada de atención para ser más intuitivos con el mundo digital y adoptar formas musicales aptas para ese medio. Porque en ‘streaming’ la audiencia no es cautiva, a diferencia de la sala de conciertos; los jóvenes tienen una atención corta y tenemos que hacer música que suene bien en auriculares o en un iphone”.
“Cuando regresemos al escenario será un día memorable”, evoca Michale Gordon, “pero el concierto ‘online’ no dejará ya de existir. En él podemos rastrear a nuestro público y multiplicar el alcance. En los conciertos por internet nuestra segunda mayor audiencia era de Brasil, un país en el que nunca hemos estado: una vez hecha esa conexión no la queremos abandonar”.
Como otros muchos compositores, David Ludwig ejerce la docencia, en su caso en el Curtis Institute of Music, que organiza cada verano un festival cuya edición 2020 ha tenido que ser ‘online’. Pese a sus indudables inconvenientes, esta circunstancia también tuvo ventajas: “En este programa de tres semanas participan normalmente cien estudiantes, pero en esta ocasión, al ser por internet, el número de inscritos subió a más del doble. Es también más inclusivo: pueden participar jóvenes con menos recursos, pues las matrículas se abaratan y no tienen que sufragarse el viaje y alojamiento”.
Actividad esencial en el ciclo económico
No obstante, la cancelación de conciertos ha supuesto un varapalo para numerosos músicos, sobre todo para quienes son autónomos y no disfrutan de subsidio de paro. El circuito digital ha abierto una alternativa a la difusión de la música, pero no necesariamente una fuente de ingresos pareja. “En América Latina hay una oferta enorme de música ‘online’ gratis”, apunta Gabriela Ortiz. “No estoy segura de que la gente vaya a pagar por un concierto en internet. ¿Cómo van a sobrevivir los intérpretes en esta cultura de la gratuidad?”.
“Hay que defender que las artes escénicas son parte integral de la economía”, aduce Frank Oteri. “Las personas que van a un concierto utilizan el transporte e impulsan la hostelería”, pone como ejemplo. “En Nueva York la primera industria es el turismo”, añade Michael Gordon, “y casi todo el mundo que viene asiste a un concierto o al teatro. Estos sectores han sido muy afectados por las restricciones a la movilidad y los profesionales, al ser autónomos, no tienen derecho a subsidio”.
El último aspecto abordado por los ponentes es la influencia de la tecnología en la formación musical reglada. “Donde yo estudié teníamos una biblioteca con algunos miles de discos; ahora en casi cualquier dispositivo caben cinco millones de piezas”, indica David Ludwig. Y bromea: “De pequeño yo montaba en bici; ahora los niños nacen prácticamente con implantes cerebrales. Su dominio de la tecnología ha cambiado la relación profesor-alumno: los estudiantes cuestionan la autoridad del profesor, lo cual es bueno porque lo hace más colaborativo. Pero algunas escuelas enseñan ya cómo aumentar los seguidores en Instagram y no estoy seguro de que tenga mucho sentido”.
La tecnología puede tornarse en un obstáculo cuando existen dificultades de acceso, como relata Grabriela Ortiz: “En México un estudiante puede tener un solo ordenador para toda la familia en un espacio de la casa compartido y concurrido. Y basta pensar en los arpistas o los percusionistas: normalmente no tendrán instrumento en casa, sino que usarán los de la universidad. Internet no resuelve este problema”.