La suite barroca consiste en una sucesión de danzas estilizadas. Esta suite o seguida de danzas que conforman estas obras sintetiza, de manera adecuada, la esencia de la música instrumental de este período. Como se podría esperar, Bach toma las mejores virtudes de este género para elaborar sus propias obras.
Mientras la suite barroca se desarrolla y evoluciona, también lo hacen de forma simultánea las piezas bailables que sirven de inspiración a los compositores. En la época de Bach, el origen popular, cortesano o danzable es de manera práctica asimilada por el público. Estas danzas se identifican entre las distintas piezas que componen la obra. Cada danza posee un ritmo y unas características propias, y mantiene en mayor o menor medida sus rasgos rítmicos originales, lo que la hace reconocible.
De esta manera, todas las suites para violonchelo solo de Bach poseen el mismo esquema. Cada una de ellas consta de seis movimientos y mantiene una estructura fija. Se inicia con un preludio que, por lo general, supone la sección más importante de la suite. La obra continúa con cinco movimientos de danza: una allemande, una courante, una sarabande y dos danzas galantes, para concluir con una gigue. En relación a las danzas galantes, se alternan dos minuetos en cada una de las dos primeras suites, dos bourrées en la tercera y cuarta suites, y sendas gavotas en cada una de las dos últimas suites.
El preludio es, sin ninguna duda, uno de los géneros más singulares del período barroco. Concebido como introducción a una obra más extensa y compleja —en este caso, una suite de danzas—, sus características musicales remiten a una función de llamamiento a la escucha, así como de acercamiento del músico y del público a lo esencial de la suite: sus danzas. El acto de preludiar es una acción inseparable del oficio del instrumentista. Esta acción suele realizarse encadenando libremente distintos elementos, como escalas, arpegios, pasajes de diversas obras o fragmentos improvisados.
Esta actividad, en principio puramente mecánica pero fundamental para la preparación física y psíquica del intérprete, se desarrolla hasta desembocar en la escritura de obras, por lo general de pequeña extensión, que nos permiten recrear una idea del sofisticado arte improvisatorio de otras épocas.
Es Louis Couperin —tío de François Couperin— quien, a mediados del siglo XVII, instituye un influyente modelo de este género gracias a los préludes non mesurés (preludios de ritmo libre) que incluye en sus suites para clave. El origen improvisatorio de estas piezas queda reflejado con claridad en la renuncia al compás y al empleo de un sistema de notación rítmica. Este efecto deja al intérprete una libertad total en la elección de las duraciones de las notas.
Los testimonios de la época sitúan a Bach como un excepcional improvisador. Desarrolla este género a partir de modelos muy arraigados en Alemania y practicados por grandes maestros organistas como Dietrich Buxtehude —muy admirado por Bach— o Johann Pachelbel. De hecho, algunos de los más grandes preludios de la época abren las Suites de Bach.
Estos motivos pueden influir de forma que, frente a la aparente uniformidad que el esquema fijo de la suite marca al compositor, cada una de las suites escritas por Bach goza de carácter y de personalidad propios, marcados en ocasiones por la tonalidad o por la diferente elaboración. Sin duda, una muestra más del excepcional genio de Bach.
En cualquier caso, es imprescindible subrayar que el hecho de que no exista una copia manuscrita autógrafa de estas obras añade un motivo más para que exista en la actualidad una inmensa variedad de interpretaciones. El intérprete goza de una curiosa libertad que le otorga generosamente la genialidad de Johann Sebastian Bach.
Suite n.º 3 en do mayor, BWV 1009
El preludio es una página maravillosamente bien construida a base de escalas, de progresiones armónicas y de acordes arpegiados, que se inicia contundentemente en la tonalidad de do mayor.
La allemande, más viva que las de las anteriores suites, es reposada en sus diferentes motivos pero mantiene un carácter ágil y vivaz.
La courante, alegre movimiento perpetuo en corcheas muy al gusto italiano, da paso a una sarabande sencilla y majestuosa. Ambas, con material temático similar, ejemplifican la regularidad de un ritmo perpetuo. La vigorosa y vital gigue viene precedida de dos bourrées —viva la primera y más reposada la segunda—, con una métrica binaria, más estable que los precedentes menuets de la primera y segunda suite.
Suite n.º 4 en mi bemol mayor, BWV 1010
Esta suite comienza con uno de los preludios más impactantes del repertorio de Bach, aunque a su vez contiene una de las escrituras más sencillas. Construye una estructura majestuosa, genera una gran tensión armónica y la resuelve de la manera más audaz, con la que devuelve al oyente al inicio de la obra. Si la música es arquitectura invisible, este preludio sienta las bases de esta disciplina.
La allemande, con dos temas diferenciados, declamado el primero y bailable el segundo, conecta con una courante alegre y resuelta. La sarabande anticipa en sus ritmos el estilo francés que marca el carácter de la siguiente suite, la BWV 1011 en do menor. Un sencillo motivo de danza en la primera bourrée da paso a uno de los momentos mágicos e inesperados de las suites, la segunda bourrée, en la que Bach muestra la mejor esencia en el frasco más pequeño. La exigente gigue, un movimiento perpetuo a la italiana, concluye esta obra de reminiscencia brandeburguesa. Conviene recordar que tanto estas suites como los Conciertos de Brandeburgo los escribe Bach en el mismo período compositivo, durante su estancia en la Corte de Köthen.
Suite n.º 5 en do menor, BWV 1011
Esta suite requiere de una afinación distinta a la habitual en nuestros días pero no desconocida en la época de Bach, cuando la afinación de algunos instrumentos no estaba aún completamente estandarizada. Esta afinación consiste en rebajar la tensión de la primera cuerda, de manera que su habitual afinación en un la3 pasa a convertirse en un sol3. Este cambio en la afinación rebaja tensión global del instrumento y favorece la resonancia en detrimento de la proyección, a la vez que multiplica la capacidad de generar armónicos naturales.
Por su estilo francés, el preludio cuenta con una pomposa obertura seguida de una magistral fuga de excepcional dimensión. La allemande mantiene el aire de la obertura y conserva su magistral carácter.
La courante arroja un aire de grandeza que contrasta con la delicada y austera Sarabande, de una magnífica elocuencia. Las gavottes poseen dos caracteres diferenciados: mientras que la primera es de marcado carácter danzable, la segunda es un movimiento a la italiana que rompe por completo con el movimiento precedente.
La gigue final, sutil pero con gran fuerza rítmica, supone el cierre de este conjunto de danzas en estilo francés y eleva este género, de manera que refleja la magistral escritura polifónica que idea Bach para los instrumentos de cuerda a solo.
Blanca Gutiérrez Cardona