CONCIERTO
Eduardo Frías: eco del piano posromántico
19
NOV
2022
Eduardo Frías: eco del piano posromántico
19 NOV 2022
PROGRAMA
PRIMERA PARTE
Pedro Halffter Caro (1971)
Sonata para piano n.º 1* (15’)
Johannes Brahms (1833-1897)
Tres intermezzi, op. 117
- Andante moderato (5’)
- Andante non troppo e con molto espressione (6’)
SEGUNDA PARTE
Aleksandr Skriabin (1872-1915)
Fantasía, op. 28 (9’)
Serguéi Rajmáninov (1873-1943)
Sonata para piano n.º 2, op. 36 (19’)
- Allegro agitato
- Non allegro
III. Allegro molto
- Estreno absoluto
INTÉRPRETES
NOTAS AL PROGRAMA
Detener la magnitud de lo acaecido a lo largo de un sesquicentenario de sonidos podría contemplarse como el milagro zambraniano de «abismarse en la belleza». Así, apreciando el sapiente legado del tiempo, podemos admirar cómo el artista-intérprete se deifica, padeciendo considerables metamorfosis que le permiten declamar en diferentes lenguajes, los cuales no poseen el don de la ubicuidad y distan en cronología y estilo. Estas cuantiosas metamorfosis desembocan para el intérprete en el propio hecho artístico de parir emocionalmente parte del legado de la historia de la música, siendo nosotros, afortunados espectadores, testigos del desnudo sensitivo del intérprete.
Pedro Halffter Caro, Sonata para piano n.º 1
Para el prestigioso y polifacético director de orquesta, compositor y pianista Pedro Halffter Caro, el proceso creativo supone asimismo un alumbramiento no exento de esfuerzo y sufrimiento, condiciones inherentes al artista en el proceso de hacer surgir un milagro en el arte. Admirando así la capacidad de dar voz a los únicos y extraordinarios momentos de inspiración que pasarán inasiblemente, dejando, eso sí, la huella en la partitura, nuestro viaje astral arrancará con el estreno absoluto de la Sonata para piano n.º 1 escrita por el portentoso artista, el cual, fiel a toda una ascendencia de maestros consagrados al arte, ha mostrado a lo largo de su carrera una mirífica experiencia, siendo reconocido y considerado como una de las mayo- res referencias musicales en España.
La Sonata, escrita en un solo movimiento con numerosos temas contrastantes, demuestra una amplia riqueza en los diferentes ámbitos de la creación musical. Podremos observar cómo la obra requiere de una alta consciencia y destreza en lo referido al control del sonido y el color, además de la maestría que demanda el logro de la calidad de sonido en dinámicas extremas. En este sentido, se advierte un extenso espectro dinámico que abarca desde el fortissimo hasta el pianissimo más sublime, mostrando a lo largo de estas páginas, y dentro de las ya delicadas connotaciones adjuntas a esta última indicación, varios niveles de refinamiento y sutileza.
El esmero por conseguir un lenguaje pianístico cargado de un mensaje emocional se podrá percibir además en el vasto empleo de distintos tipos de articulación y ataques en el instrumento, consiguiendo englobar desde el intimismo más elevado hasta la agitación declarada, a través de densos bloques de acordes repetidos con un ritmo visiblemente marcado.
En lo relativo a la escritura concretamente pianística, contemplaremos páginas colmadas de virtuosismo que explotan todo el registro del instrumento, cargadas de extensos despliegues de acordes y grandes saltos en ambas manos, que contrastan con pasajes vaporosos y meditativos en los que el silencio adquiere el valor de la trascendencia como parte de la narración melódica.
Johannes Brahms, Tres intermezzi, op. 117 (selección)
Continuaremos escuchando dos joyas de la reflexiva música de Johannes Brahms, compositor que sostiene la creación de una obra artística como el «regalo de un don de Dios». Brahms estaría siempre muy versado en la música del pasado, inhalando una esencia que engloba a compositores del Renacimiento, a Beethoven y los primeros románticos. De esta forma, realizaría una síntesis entre los elementos de la música anterior con algunos toques del folclore y de los gitanos húngaros, para integrarlos en su música y conseguir un idioma muy variado y expresivo.
En lo que respecta a su música para piano, muestra de manera clara y cronológica tres facetas dentro de sus creaciones, las cuales corresponden, progresiva y respectivamente, a la composición de sonatas, de ciclos de variaciones y, durante las dos últimas décadas de su vida, de formas breves donde tienen cabida aquellas kleine Stücke que se ofrecen en el presente programa.
Las tres piezas del Opus 117, conformadas por tres intermezzi bajo el término colectivo de Andante —de los cuales escucharemos los dos primeros—, fueron compuestas en 1892, inspiradas, al igual que los cuatro últimos grupos de piezas, en Clara Schumann. El crítico Eduard Hanslick los describiría como monólogos, al presentar «un carácter exhaustivamente personal y subjetivo que impacta como una nota pensativa, gráfica, soñadora, resignada y elegíaca». Todos ellos estuvieron inspirados en temas populares y canciones de cuna. El primero rememora una antigua y preciosa melodía escocesa cuyo texto declama: «Mi pequeño, mi niño, acuéstate y duerme. Me duele mucho verte llorar».
Aleksandr Skriabin, Fantasía, op. 28
Continuando nuestro esquema con la música de Aleksandr Skriabin, podemos subrayar cómo el creador de la Fantasía, op. 28 perseguiría crear un puente entre las formas artísticas y los eventos del mundo real, tal y como lo concebirían los poetas simbolistas en Francia y Rusia. Así, consideró asociaciones visuales, cinéticas y de color con el sonido. La muerte de Rimski-Kórsakov y Balákirev en 1908 y 1910, respectivamente, dejó un espacio abierto para Skriabin y otros innovadores, llegando a considerarse como el compositor ruso preeminente de la década de 1910.
Solo una minoría de intérpretes se aventura a tocar las líneas escritas por Skriabin, ya que estas demandan la sensibilidad, el color y la atmósfera que las caracteriza. Su lenguaje asume cierto carácter impresionista, con una búsqueda personal de la trascendencia mística y espiritual que lo lleva a construir un lenguaje propio, lleno de símbolos, misterioso, enigmático e incluso erótico, con tendencia a la atonalidad que se potenciará hasta su definitivo retorno a Rusia.
Su catálogo de obras se divide en dos bloques claramente diferenciados: la música para piano y la escueta pero trascendental obra para orquesta. El primer periodo de su trayectoria, definido Al estilo de Chopin, abarcaría la Fantasía, op.28, la cual data del año 1900 y está escrita en un movimiento con forma sonata. Incluye texturas densas y contrapuntísticas extremadamente complejas de expresar —que requieren un excepcional y escrupuloso trabajo de distribución de las manos— y una lírica especial impregnada de gran intimismo, con momentos de exaltación febril y perturbadora intensidad en el comienzo, una extrema dulzura en las melodías del segundo tema, y una perorata final virtuosística.
Serguéi Rajmáninov, Sonata para piano n.º 2
El siguiente momento estelar de este recital pertenece a la música de Serguéi Rajmáninov, considerado como el último gran seguidor del Romanticismo ruso. Su obra se enmarca en una tradición romántica heredada de Chaikovski (1840-1893) y sus profesores Arenski (1861- 1906) y Tanéyev (1856-1915), en un estilo fiel al siglo XIX dentro de una atmósfera internacional aún colmada de melodías inspiradas en canciones folclóricas rusas.
La Sonata para piano n.º 2, op. 36 se dispone en tres movimientos interrelacionados. Comenzaría a trabajar su primera versión en 1913, en su apartamento de Roma situado en la famosa Piazza di Spagna, finalizando su composición varios meses más tarde en Rusia. En 1931 realizaría una nueva versión de la misma, la cual corresponde a la incluida en este programa, cotitulada como Nueva versión revisada y reducida por el autor.
Dedicada a su compañero y amigo de la infancia, Matvey Presman, por aquel año se encontraba en uno de los periodos más fértiles y productivos de su vida, componiendo varias obras como los Études-Tableaux, op. 33 (1911), la sinfonía coral Las campanas, op. 35 —la cual fue escrita simultáneamente a la Sonata n.º 2— y sus Vísperas, op. 37 (1915).
La sonata tuvo un exitoso recibimiento en Moscú —en la interpretación del propio compositor— en diciembre de 1915. En esta ocasión, el crítico Boris Tyunéyev la remar- caría como «obra de gran talento compositivo, madurez y bravura técnica». A pesar del gran éxito, a Rachmaninov no le satisfaría plenamente la obra, al concebir algunas secciones como superfluas y con demasiadas voces moviéndose simultáneamente. Además, comparando la extensión de esta primera versión con la segunda de las sonatas de Chopin —la cual concebía como ideal en duración—, durante el verano de 1931 se vio decidido a revisarla, suprimiendo aproximadamente seis minutos con respecto a la primera versión. Históricamente, la sonata se encuentra dentro de las obras para piano más representativas del siglo XX.
En el porvenir armonioso que se aproxima desde que unas manos anhelantes de expresión rocen la primera tecla, surgirá un constante despertar que obsequiará nuestra memoria, que dejará huella en nuestra esencia y resurgirá irremediablemente como una fuente, como un despertar privilegiado.
Ávidos oyentes, aspiramos a ser seducidos por la belleza. Nos asimilamos a ella y la bebemos de un solo respiro como un cáliz deseado. Quien se asoma a este cáliz se arriesga a ser raptado. Y, además, contamos con el privilegio de arrimarnos a ella, devolviéndole en espejo cuanto nos concede en la medida en que nos consagramos, siendo a la postre ambos, oyentes y artistas, principales vínculos de correspondencia a la sublimidad del arte.
Myriam Sotelo